h1

Las malas lenguas

–  Que Agustina Marcial se atrevió a lo que nadie…

Y el rumor va corriendo por los callejones. Son señas, movimientos de ojos, palabras apenas pronunciadas bajo el rebozo.

–  A eso se atrevió Agustina Marcial.

Se detienen dos mujeres y hacen gestos de indignación. Una y la otra se paran más adelante con dos enlutadas vecinas y les deslizan al oído aquello, como un alacrán ponzoñoso: tal es el susto, tal el ademán de asombro en que manotean.

–  Agustina Marcial se atrevió a esto …

También los hombres se comunican la noticia; ellos no hacen aspavientos, pero pliegan la frente y aprietan los labios en mueca de irritación.

¿Por qué lo hiciste, Agustina Marcial? ¿Por qué tenías que atreverte a lo que nadie había sido capaz de pensar ni como un mal pensamiento? ¿Por qué habías de ser causa de tanta inquietud entre tus vecinos? ¿Por qué tu vanidad, tu codicia, llegó a tan criminal extremo? ¿Por qué, Agustina Marcial?

Yo le dije a mi hermana: fíjate bien en eso, Lucía; fíjate en lo que llega a hacer el demonio con aquéllas que se vuelven presumidas y locas. Fíjate y no vayas a con­sentir ni el pensamiento de una acción así. Tus percales son más bonitos y más te sienta tu moño de listones y tus prendedores en el pelo… Lo tuyo, como lo tienes; como quiera que sea; eso te basta. Yo le dije a mi hermana muchas cosas, y ella bajó la vista y se sonrojó un po­co; luego hizo un movimiento de cabeza como arrojando de sí una idea pecaminosa, y siguió haciendo su queha

Los niños salieron de la escuela. Ahora no se nubló el viento de gritos y carreras. También los niños están azorados por el rumor que muerde y que remuerde la vi­da de la población.

Aquellos hombres, don Pascual y don Cenobio, to­maban el sol. El sol parecía un sol de jugarrera: porque no calentaba, porque parecía pintado. nomás en los adobes, porque apenas se distinguía en el suelo como una mancha descolorida de tan tierna. Y luego el vientecito

que bajaba de los cerros. Un viento helado que venía sin hacer ruido pero calaba duramente.

Un viento así y luego el sol borroneado en las paredes. Con razón don Pascua1 y don Cenobio pasaron toda la mañana tratando de calentarse, sentados en el bordo de la banqueta.

A veces cambiaban dos o tres palabras. Tan duras y cortantes como el viento de la sierra, sus palabras.

–  ¿Nos re quemamos otro? Parece que no, pero la 1umbrita ésta alcanza a calentar.

–     Y mi garbanzo floreciendo apenas. Lo que va a quedarme.

–     Todos andamos… Si esta vez no nos lleva la tostada …

–     Los justos juicios de Dios. Yo eso digo…

–     Vamos a pagar entre todos la fregadera de Agustina …

–     Agustina Marcial…

¿Dónde está Agustina Marcial? Ni ayer ni ahora se ha visto por ningún lado. Y ella que había sido tan madrugadora, y no paraba en todo el santo día… barriendo la calle, acarreando agua, desgranando el maíz de sus gallinas. Ha sido ejemplo en el pueblo por lo hacendosa, por lo diligente y por lo limpia.

Nadie la ha visto ahora por ningún lado. Los que se plantaron en la esquina de su casa a vigilar sus movimientos, dicen que no ha abierto la puerta desde ayer. ¿ Y si todo lo que cuentan fuera falso? ¿Y si hubiera abandonado el pueblo a la media noche? ¿Y si hubiera fallecido en muerte repentina, por castigo de Dios?

Agustina Marcial vive sola. Es una señorita grande que nunca ha dado nada qué decir. Hasta ahora. ¿Será verdad que cometió lo que cuentan todos?

Apenas me había sentado a almorzar. Mi madre traía clavada la noticia. Y suspiraba a veces. Ella siempre ha sido temerosa de los castigos de Dios… Apenas me había sentado a almorzar cuando empezó mi madre a sermonearme:

– Esto es horrible, hijo. Y va a tener consecuencias muy graves. Es necesario que hagamos penitencia. Las cosas santas se respetan, y quien no lo hace… acuérdate de la muerte que tuvo aquel Anselmo Varela. No, se me hace que no te he p1aticado esto… Ahora verás…

Me había sentado a almorzar cuando comenzó mi madre aquella historia…

Dicen que ayer, cuando estaba oscureciendo, vieron a Agustina Marcial que pasó por la calle como si nada; con la frente muy alta, y viendo y sonriéndose de las demostraciones de asco que le hicieron los que la vieron. Que pasó la muy hipócrita y desvergonzada con rumbo a la botica. Eso platicaron en las tiendas los hombres que se juntan en la noche a platicar las novedades del día.

Yo no acabo de entender esto. ¿Por qué lo hiciste, Agustina Marcial? ¿Acaso por necesidad? Digo que no lo entiendo porque nunca puede una necesidad ser tan grande como para obligar a nadie a cometer tamaño sa­crilegio. Porque eso fue lo que hiciste, un sacrilegio, Agustina… y se me hace que los sacrilegios sólo el Pa­pa los puede perdonar. ¿Tuviste siquiera conciencia de tu crimen?

Doña Virginia andaba en el corral. Todos los días como a esta hora va a revisar los nidos de sus gallinas. Dice que le han resultado unas gallinas tan mañosas, que primero ponen los huevos y luego se los comen. Por eso tiene que estar muy al pendiente. Andaba en el co­rral, cuando oyó unos golpes desaforados en la puerta de la calle. Y se estremeció. Así como andan las cosas, con la sensación que agita a todos los vecinos, pensó que venían a darle una noticia muy importante.

Y corrió cargando sus años y sus reumas. Sabe de dónde se volvió esta vez tan liviana y tan presurosa. Iba pensando en Agustina Marcial. Creyó que ya habían ha­llado lo que le robó a la Virgen. Creyó muchas cosas y echó carrera hasta el zaguán.

— Sabe, doña Virgi; que dice mi mamá que ha de perdonar las molestias, pero dice que si no ocupa sus ti­jeras, que porque las que nosotros teníamos …

Tantas fatigas, tan precipitada su carrera. Y la respiración y esta asfixia que casi le ha cortado el habla. Pobre de doña Virginia.

Juanita López tiene la llave del templo y dice que no la suelta, que no la vuelve a soltar a nadie. Que va a pasar el asunto a la parroquia, y que según lo que le ordenen… pero que entre tanto no abre la capilla ni le presta la llave a nadie. Que por qué ahora le están sa­liendo todos tan piadosos y rezanderos…

Estos vientos traen agua. Don Cenobio saca la mano y se hace sombra en los ojos. Así se queda contem           plando los cerros. Los ve tan limpios y claros. Quién sabe cómo sea esto: el viento de por sí anuncia muchas cosas, ahora los cerros parecen indicar que va a seguir el frío.

Don Cenobio se envuelve en la cobija pero deja una mano libre para su cigarro. Lo fuma repetidas veces y aprieta y contiene el humo, vaciando luego los carrillos que le dibujan el corte rectangular de las quijadas. Vuelve a fumar y se pone a decir para sí mismo:

–           Maldito argüende de viejas. Total: si se lo roba que se lo robe, y ya…

Martina es la Presidenta de las Hijas de María. Convocó a una reunión urgente en su domicilio. Ya acomodó a las socias en la sala. Unas se hicieron de confianza y se sentaron en las camas; las demás permanecieron de pie:

Hermanas, la afrenta de la asociación debe apurarnos a todas. Qué vergüenza que vaya a decirse en otros pueblos esto que pasó aquí. Por eso las llamé para decirles: ni una palabra de esto. No lo cuenten a nadie, no lo platiquen siquiera entre unas y otras. Y a propósito: vamos a poner una cuota voluntaria de a cinco pesos para comprar un vestido nuevo a nuestra Madre.

¿En verdad lo hiciste, Agustina Marcial? ¿Y no se te doblaron las corvas? ¿Tuviste valor para subir hasta la misma grada donde está la Virgen? ¿Y no te temblaron las manos cuando desataste el listón que sostiene sus manos sobre el pecho? Porque si lo hiciste, tuviste que hacerlo, tuviste que tocar sus mismas manos, porque si no, ¿de qué otro modo ibas a hacer lo que nadie se había atrevido nunca? Lo pienso, lo oigo, y lo digo, pero no lo creo, Agustina Marcial; no te creo capaz de tamaño atre­vimiento.

Don Eulogio está vuelto loco. No loco de locura, sino de gusto: le trajeron una carta, le llegó carta de su hijo. Tanto tiempo desde que se fue a la frontera con la esperanza de pasar al otro lado. Y pasó. Y ya le manda un dinerito para que se ayude en sus compromisos: la droga con Pancho Talamantes, el tractor que vendió y que ahora tratará de reponer. Luego las necesidades de la familia…

Don Eulogio está loco de gusto. Y quiere comunicar a todos su alegría. Pero los demás, la gente a quien habla de su hijo, no quiere saber nada. El pueblo sigue conmocionado todavía en la falta de Agustina MarciaI.

Mi hermana se puso a platicar con unas amigas que encontró cuando venía del agua:

– Dicen que sí, que ese mismo vestido fue el que se puso en la-fiesta de  San Pedro, pero como acá con nosotros casi todo el tiempo está la capilla cerrada, no nos habíamos dado cuenta.

–    Yo no por defenderla, pero oye: si la Virgen está así de chaparrita.

–    Eso qué le hace. Las cosas resultan al parejo, porque Agustina trae el vestido a media pierna, y la Virgen hasta el suelo, así…

–    Sí, sí, yo también digo eso. Yo conocí el vestido nuevecito, cuando se lo mandaron las señoritas Parra.

Yo tenté la tela, mira: suavecita, suavecita. Y claro, cuando fui viendo a Agustina Marcial… No sabía esto,

Y ya me dio la corazonada…·          .

–    Bueno, ella podía haber encargado otra tela igual.

–     Lo que pasa es que tú la quieres defender.

–     No, ya mero iba a hacerlo… Digo también por lo ancho… Ya ves las caderas de Agustina.

–     Ah, ¿y qué? ¿no le podía abrir cuchillas a los lados?

–    ¿Pero de la misma tela?

–     Miren, vamos esperando que se aclaren las cosas, al cabo Juanita López ya dio aviso. Si llega a aparecer el vestido de la Virgen, ni quien vuelva a decir una palabra…

Me iba a sentar a almorzar, cuando mi madre se puso a hacer memoria de casos parecidos que recuerda. Siempre de abusos en cosas o personas santas.

Me iba a sentar a almorzar y mientras mi madre atizaba la lumbre del café, empezó a contar aquello que se le había removido a últimas fechs.

Yo le dije:

–           No, no, eso ya me lo sé. Ayer me lo contaste. Acuérdate. Fue la historia del papá de Juan Varela.

El frío y el viento, y nada de lluvia. Don Pascual y don Cenobio tienen mucho que platicarse. Lo malo es que con este frío como que se les traban las quijadas, y ahí están hechos bola en el dibujo de sol, sin hablarse una palabra. O cuando mucho, alguna observación como caída de adentro, como gota que se derramó en los bordos llenos de una vacija.

–     Mi garbancito, mi garbancito…

–    Yo creo que va a llover.

–     Yo también creo muchas cosas, pero lo que me

importa es lo que estoy viendo, y mis matas tan retoñadas y empezando a florecer… Ahora, con este tiempo…

Los pasos de ella en la penumbra del recinto aquél. Las ventanas altas, la puerta entrecerrada. La hora quieta y sola, antes de la media tarde. Las mujeres en el quehacer de la casa, los hombres en las faenas del cam­po, los niños en la escuela. Las calles parecían deshabitadas. O no así, porque el sol se tiraba ancho, amarillo, dueño de todo.

Un pueblo de sol afuera. Y adentro la penumbra, las dos luces del recinto aquél, entre el día y la noche, entre la luz y la oscuridad.

Los pasos de ella en las losas del pavimento. Pri­mero despacio, primero con timidez; luego en ritmo más violento. Más, más, más. Los pasos de ella como un repiquetear enloquecido que va apuntando hacia el altar.

El pulso descompuesto, la respiración agitada. El aire de la capilla se llena de aquella palpitación de fie­bre. El golpear del corazón sacude las cortinas, lo remueve todo, todo lo despierta. Es un tac tac que se amplifica, que crece, que se agiganta; es ya una ensordecedora maquinaria que podía derribar los muros desde su cimiento.

Ya puso las manos sobre la imagen. Ya está buscando la costura, el broche, el nudo de listón.

Crece el tumulto: una resonancia, un estrépito que nadie sería capaz de soportar. Los murciélagos aletean en golpe duro y seco. Y este golpe se une y crece en el ruidajo que se cierne dentro de la capilla. Los ratones, los comejenes en las vigas del techo y hasta las golondrinas que hicieron nido en las ventanas del fondo… todo está palpitando en un azoro, en una desesperada inquietud, en movimiento de estupefacción.

Y su corazón en medio de todo. Aquel tac tac que golpea contra las paredes y resuena en el mismo retablo de madera.

De pronto… Nada, cede aquel tumulto. Se corta como por ensalmo. Ya no hay nadie en la capilla. Y la santa Virgen… ¿de verdad lo hizo? ¿Es cierto que Agustina Marcial se atrevió a lo que nadie? Si lo hizo, la escultura tendrá que aparecer escurrida y miserable, en el puro fondo blanco. ¿Así está la Virgen del altar? ¿Así la dejó Agustina?

Doña Virginia la supo hacer. Muy disimulada, como que no sabía nada, como que no le importaba el run run del pueblo, fue a la tienda y compró un kilo de piloncillo, veinte centavos de carbonato y sesenta de canela.

Ella traía sus planes. Fue a la tienda, compró lo que necesitaba y se puso a hacer sus gorditas de dulce con canela y carbonato. Las coció en el horno y luego las, acomodó en un platón pintado de flores y las cubrió con una servilleta de puntas deshiladas.

Voy a llevar un bocadito, ¿sabe? A mí siempre me ha gustado cumplimentar a mis vecinas y amistades en general.

No se espantó Agustina Marcial. Fue acaso por demostrar que el que nada debe nada teme.

Abrió la puerta con su acostumbrada gentileza y como siempre saludó a su vecina:

–    Pero para qué se anda molestando doña Vir­gi… y qué sabrosas están sus gorditas. De veras que usted tiene no sólo el nombre; también las manos, unas manos de Virgen, unas manos milagrosas.

Quién sabe si lo diría de intento; quién sabe si con todo propósito quiso traer el tema a la conversación.

Doña Virginia cuenta y reproduce en puntos y comas aquella plática de Agustina Marcial…

Con este tiempo y a su edad… Don Cenobio se rasca despaciosamente una oreja. Tiene costumbre de hacerlo cuando se le carga una preocupación.

Es el asunto de las heladas y de lo que va a perder en su garbanzo.

Ahí está haciéndose sombra con la mano para divisar los cerros. Los ve tan limpios y se desconsuela:

–    Seguro que seguirá el frío.

2 comentarios

  1. Good blog post. Some tips i would like to add is that laptop memory must be purchased when your computer cannot cope with what you do with it. One can install two good old ram boards containing 1GB each, for instance, but not certainly one of 1GB and one having 2GB. One should check the maker’s documentation for own PC to make sure what type of memory it can take.


  2. Many thanks for this article. I would also like to state that it can often be hard while you are in school and simply starting out to create a long credit rating. There are many scholars who are just trying to pull through and have a lengthy or positive credit history can occasionally be a difficult point to have.



Deja un comentario